El 8 de junio de 2014 escuchamos la confesión de Hilario Ramírez Villanueva, ex presidente municipal de San Blas, Nayarit, quien allá y entonces buscaba ser electo en el mismo cargo por segunda vez. Sin ambages, durante un mitin público, reconoció lo que era un secreto a voces: el ex edil había robado al erario, “pero poquito”. No es la clase de confesiones que los ciudadanos esperarían escuchar durante un mitin preelectoral, pero así sucedió. Existe un vídeo al respecto en internet, que ustedes pueden fácilmente localizar colocando el nombre de Ramírez Villanueva.
Textualmente, usted escuchará el discurso del ex munícipe bajo el siguiente tenor:
«¿Qué le robé a la presidencia (municipal)… Sí le robe, sí le robé… poquito, porque está bien pobre. Le di una rasuradita, nomás una rasuradita. Pero lo que con esta mano me robaba, con esta (otra) mano se lo daba a los pobres, compañeros».
El colmo fue que, cuando terminó de decir lo anterior, la multitud que escuchaba a Hilario estalló en aplausos. Así de bizarra es la gente en muchísimas regiones mexicanas.
Aquí deseo recordar el viejo dicho mexicano de que “tanto peca el que le agarra la pata, como quien mata a la vaca”, usado con suma frecuencia para señalar la responsabilidad de alguien en cualquier hecho culposo en que haya tenido alguna participación. Cuando se ejecuta una fechoría, es tan culpable el que la hace, como quien ayuda a hacerla. No hay medias tintas. En materia penal, esto puede configurarse como complicidad en diferentes modalidades y agravantes.
Es aquí donde quiero referirme al escándalo en que se encuentra inmiscuida la “ministra” de la SCJN, Yasmín Esquivel, señalada en la presente semana de haber plagiado la tesis que presentó en septiembre de 1987 para obtener la Licenciatura en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), según publicó el escritor Guillermo Sheridan en el portal Latinus.
Yasmín Esquivel, quien es una de los ministros que pretende llegar a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en sustitución de Arturo Zaldívar, se habría plagiado la tesis de un estudiante identificado como Edgar Ulises Báez Gutiérrez, que presentó en julio de 1986. La “ministra” Esquivel, según datos oficiales, se tituló en la entonces ENEP de Aragón y Báez lo hizo en la Facultad de Derecho. Los dos tuvieron a la misma directora de tesis: Martha Rodríguez Ortiz quien, según documentó Sheridan, en 2008 y 2010 dirigió otras dos tesis que también son iguales a la de Báez Gutiérrez. Este es a grandes rasgos el fondo del escándalo.
Seguramente ustedes vieron la palabra “ministra” entre comillas, lo cual significa que pudiera tratarse de alguien ocupando un cargo que no le corresponde, por estar viciado de origen. Mientras no se demuestre lo contrario, la profesión de abogada no le corresponde a Yasmín Esquivel, a quien el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha defendido férreamente, descalificando a propios y extraños, fiel a su costumbre de lanzar epítetos desde su escenario de “rock star”. Hoy la emprendió contra Sheridan y otros personajes, llamándolos “delincuentes”. No ha admitido, no admite y no admitirá palabras y verdades diferentes a las suyas.
La “ministra”, hasta ahora, aparece en la vida pública como una funcionaria mentirosa. Escribo lo anterior en base a lo que la Real Academia Española (RAE) indica con respecto a plagiar: “Copiar en lo sustancial obras ajenas dándolas como propias. Aunque en ocasiones se puede incurrir en plagio de forma inconsciente, su práctica atenta contra la honestidad académica. Se entiende por plagio presentar el trabajo ajeno como propio, suplantando al autor o autora original”.
Más claro, ni el agua. La encumbrada funcionaria del Poder Judicial Federal mintió o no lo hizo. O sí o no, pero no puede afirmarse que “mintió un poquito”, como supone López Obrador, quien la mañana del viernes estuvo a punto de expresar: “Ya párenle. Hay que aplicarle (a la ministra Esquivel) el perdón franciscano”.
Hay quienes aseguran que mentir es un asunto de ética y que para mentir es necesaria la intención real de que lo manifestado no coincida con lo que radica en nuestra mente. Es decir, debemos ser conscientes de que estamos tergiversando lo que en realidad consideramos es de forma diferente.
Por otro lado, y llevados hacia una definición más básica o simple, mentir es cuando lo manifestado no coincide con el hecho verdadero. Aunque aquí debemos contemplar diferentes variables; porque podemos caer en la confusión de no diferenciar entre mentira y engaño.
Para AMLO mentir es lo más natural. El jueves de la semana anterior llegó a la conferencia mañanera número mil. Y según la Consultora Spin, en ese ejercicio propagandístico ha emitido 94 mil afirmaciones faltando a la verdad. Las declaraciones falsas del inquilino del Palacio Nacional, como las externadas a favor de la ministra Yasmín Esquivel, siempre han pretendido ocultar el fracaso de los resultados en el actual gobierno. Para él es válido que quienes acatan todos sus designios mientan, aunque sea un poco. Es decir: eso de que el presidente no miente, no roba y no traiciona, puede ser un fracaso, aunque sea un poquito.