La cotidianeidad de los jóvenes en las zonas criminógenas de Morelos es tangible: al caos acumulado durante lustros, derivado de la delincuencia organizada y común (en distintas vertientes), se sumó la rivalidad entre corporaciones, con lo cual el círculo vicioso de la impunidad extendió sus tentáculos.
Lo más indignante es que las víctimas son cada vez más chavales, casi niños. Esto se debe a que las bandas y/o pandillas se sirven de ellos para llevar a cabo el negocio del narcomenudeo. Y como en muchos de los homicidios, las víctimas son los encargados de atender el negocio de los jefes. Gran parte de los muertos apenas rondaba la adolescencia.
Los sicarios, en su mayoría, se inician a edad temprana. Abundan, pues, los “dealers” (vendedores de drogas) al servicio de consumadas bandas delincuenciales.
En varias columnas he afirmado que la delincuencia organizada se diversificó a nivel nacional por “mercados”. Lamentablemente, Morelos fue invadido e incorporado a la ruta del narcotráfico (con sus múltiples actividades colaterales), no como sucede en otras regiones, pero aquí también hemos tenido “lo nuestro”.
Varias localidades morelenses han sido reducto de jefes y sicarios bajo el manto protector de agentes gubernamentales de los tres niveles de gobierno, disfrutando, por decirlo de una manera más coloquial, de la “hospitalidad” local.
La incidencia delictiva sigue su marcha. A los delitos de alto impacto se suman otros, ubicándose los delitos patrimoniales al comienzo de las estadísticas. El robo con violencia está incluido, al igual que el robo de vehículos. Y son jóvenes los principales protagonistas.
Alrededor de 2005-2006 se difundió el proyecto titulado “Modelo de evaluación y diagnóstico de la personalidad del delincuente mexicano: un estudio transversal”, desarrollado por académicos y estudiantes universitarios con el fin de identificar los factores que influyen en el comportamiento de los asesinos en nuestro país y conocer su personalidad.
Este importante trabajo se llevó a cabo bajo los auspicios de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y reveló que un 74 por ciento de dichos delincuentes eran hombres de entre 29 y 30 años.
De acuerdo con la investigación, los infractores empezaron a delinquir desde los ocho años, y entre los 16 y 17 años lo hicieron con mayor frecuencia.
Aunque la investigación data de hace varios lustros, sus resultados siguen vigentes hasta ahora, sin que existan todavía las suficientes políticas públicas para prevenir la participación de la juventud en acciones ilegales o antisociales.
Creo necesario exponer esta problemática latente en nuestra juventud frente a lo que cotidianamente se transmite a través de los grandes medios masivos de comunicación, cuyos noticieros difunden como noticias principales las relacionadas con el crimen organizado, sobre todo el narcotráfico.
Asimismo, el escenario se grava cuando otros medios (destacando el cine) se inundan de películas cuyos guiones hacen una descarada apología del delito.
El colmo es que proyectan la vida de los narcotraficantes como deseable o fácilmente alcanzable ante los ojos de la juventud. El dinero fácil, desde luego, aparece en su máximo esplendor.
Desgraciadamente, la inmensa mayoría de jóvenes empleados por las bandas criminales acaban muertos o en prisión.
De acuerdo a la muestra levantada por la Facultad de Psicología de la UNAM, los entrevistados presentaron conductas de tipo antisocial, pensamiento obsesivo-compulsivo, abuso de alcohol y drogas, así como una marcada proclividad a obtener dinero fácil.
La comisión de un delito requiere la conjunción de tres factores: 1) el componente volitivo, es decir, querer delinquir; 2) el componente cognitivo, que se refiere a los conocimientos técnicos que prescriben el procedimiento necesario para la ejecución exitosa del delito; y 3) el componente de control emotivo, es decir, la capacidad para regular las emociones en momentos álgidos de la ejecución del delito. Si estos tres componentes se encuentran presentes en la ejecución de un delito, aumenta la probabilidad de que éste sea exitoso. Por lo tanto, un mal delincuente es aquel que carece de alguno de estos componentes, o que posee uno de ellos en proporción inadecuada.
El problema para miles de jóvenes es que cada día son mejores los sistemas de reclutamiento del crimen organizado, a lo cual me referiré en una columna posterior.