La ciudadanía espera de sus líderes, de sus representantes, que cuenten con una inteligencia, sino superior, que al menos les califique para dirigir convenientemente los destinos de cada uno de los espacios que implican decisiones públicas en los diversos niveles y órdenes de gobierno; por ello, considero útil abordar la Teoría de las Inteligencias Múltiples, planteada originalmente por Howard Gardner, quien supone a la inteligencia humana no como una facultad unitaria, sino que la disgrega en ocho capacidades intelectuales:
Interpersonal [Habilidad para entender, formar y mantener relaciones con otras personas, hacer amigos y comunicarse eficazmente]
Intrapersonal [Capacidad para comprender el pensamiento, la reflexión y conocimiento sobre uno mismo]
Lógico-Matemática [Capacidad para construir soluciones y resolver problemas a través de los números y del razonamiento lógico]
Naturalista [Capacidad, pero sobre todo sensibilidad para entender, disfrutar y cuidar de la naturaleza]
Espacial [Capacidad para imaginar y expresar las dimensiones espaciales, visualizar al mundo en 3D]
Corporal Cinestésica [Habilidad para percibir corporalmente y controlar el movimiento en equilibrio con el espacio y el tiempo]
Verbal-Lingüística [Capacidad para comprender y expresar el lenguaje en todas sus variedades: oral, escrita, idiomas]
Musical [Habilidad para apreciar, transformar y expresar formas musicales, así como ser sensible al ritmo, el tono y el timbre]
Esta agrupación de intelectos permite fácilmente inferir que cada individuo, cuenta con cada uno de ellos, pero en una combinación diferente, que evidentemente forjan y constituyen las características únicas de cada persona; pero al mismo tiempo, define cuáles son las características promedio que le hacen afín, a una determinada ocupación o labor para la vida en sociedad, en lo que la inteligencia verbal-lingüística y la lógico-matemática, son las más valoradas en los ámbitos educativo y social; pero, por su trascendencia, vale la pena observar lo que sucede en la vida pública, en el ejercicio profesional de la política, donde colectivamente se suele dar paso a discrepancias increíbles.
Hagamos una analogía a propósito de este momento en que el mundial de futbol acapara nuestra atención: si, sometiéramos a votación el incluir al más talentoso de nuestros políticos en la selección nacional, la respuesta contundente sería en contra; pero si, por el contrario, sometemos a la voluntad popular el hacer gobernador o diputado al jugador más valioso de la selección, es casi un hecho, que tendríamos muy pronto, al célebre futbolista como gobernador, alcalde o diputado.
Lo anterior nos debe llevar a la reflexión respecto al por qué el pueblo, –con todo el peso de una acertada decisión basada en la inteligencia cognitiva–, no le daría la confianza a un talentoso político para representarnos en la selección nacional, a pesar incluso de sus elevados índices en varias de las capacidades intelectuales a las que se ha hecho referencia y, sin embargo, con amplio respaldo popular –con toda la incoherencia de una errada decisión basada en la inteligencia emocional–, le daríamos la oportunidad a un talentoso futbolista de conducir el destino de miles, tal vez millones de ciudadanos, gracias tan solo, a su elevado índice de inteligencia corporal cinestésica, que poco tiene que ver con la capacidad para gobernar.
Lo anterior, parece una disfunción, una disonancia colectiva de nuestra inteligencia cognitiva, que reafirma que las campañas electorales se ganan con emociones, su objetivo son los sentimientos ante el estado de indefensión de la razón y predominio de la inteligencia emocional. El 2024 se percibe cada vez más cerca, y por ello, se torna importante que el hartazgo por la política y los políticos, no suscriba nuestra razón al dominio de la emoción.