Gracias al lúcido ensayo de Daniel Cosío Villegas, desde hace casi medio siglo quedó clara la relevancia del “estilo personal de gobernar”, sin embargo, resultado de la descomposición política que parece padecer buena parte de nuestro sistema político contemporáneo, llama la atención que podamos estar ante una involución de la clase política y del estilo que se imprime al ejercicio de la vida pública.
Para la ciudadanía, pero sobre todo, para quienes transitan su vida profesional en el servicio público, es natural desarrollar una capacidad de adaptación al estilo que acompaña a cada cambio de administración, a cada cambio de titular en las distintas oficinas de gobierno; es decir, es natural adaptarse al arribo de una nueva clase política y al nuevo estilo de ejercer el poder; lo preocupante es, cuando en los diversos órdenes y niveles de gobierno arriban grupos que no cuentan con el talante para conformar una clase política, pues carecen de ella y, por tanto, de estilo personal de gobernar, peor aún, en ocasiones ni siquiera como cualidad personal; y ante este escenario, la capacidad de adaptación queda anulada, pues “es posible adaptarse a un nuevo estilo, pero complejo adecuarse a la ausencia de”.
De ahí la insistencia en la importancia estratégica de formación de cuadros, de revalorar la responsabilidad social de recapacitar seriamente al momento de ejercer el voto, (ocupo recapacitar y no reflexionar, en atención a la crítica de Cosío a Echeverría, por recurrentemente apoyar sus discursos en la reflexión, la invitación a reflexionar, a compartir reflexiones; aunque siempre fue en una acepción más apegada al hecho de hablar, decir o declarar). Es mucho lo que está en juego y, una vez tomada una mala decisión colectiva, quejarse prácticamente no sirve de nada, lo cual nos requiere a actuar a priori, a dejar de lado esas malas decisiones; acción que queda clara al parafrasear la máxima de Edmund Burke: “para que el mal triunfe, solo hace falta que los buenos no hagan nada”.
Gobernar, ejercer el poder, no solo se realiza desde el ejecutivo federal o los ejecutivos de los estados, también se gobierna desde el legislativo y el judicial, pues constitucionalmente optamos por un régimen republicano dividido en estos tres poderes, cada uno de ellos con importantes espacios no solo de representación popular, o designación legislativa, sino de libre designación, en carteras equiparables y en ocasiones superiores en cuanto a su influencia política y económica; hago la aclaración, porque como uno de los pensadores liberales más representativos de México en el Siglo XX, el Maestro Cosío Villegas, centró su análisis en el poder presidencial, sin embargo, considero que el fenómeno aplica a cada uno de los espacios de relevancia para la vida pública nacional.
Con el Estilo Personal de Gobernar, Don Daniel mostró el camino de la crítica objetiva al poder y quienes lo ejercen, advirtiendo de forma atemporal y en apego a su vocación de historiador, que desatender el aprendizaje de las tragedias de nuestra historia, nos expone a repetirlas así sea como farsas o comedias que parecen burlarse misantrópicamente de un nuevo tiempo. Su crítica fue severa contra el estilo y discurso oficial, expresando del Presidente (Echeverría): “no solo se tiene la impresión de que hablar es para él una verdadera necesidad fisiológica, sino de que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones”.
Lo que queda claro, es que, a pesar de las disparidades y displicencias en los estilos personales de seudopolíticos, son por mucho una mejor expresión del ejercicio del poder, que aquellos que, sin poder definir, ni adoptar un estilo propio; sin pertenecer ni representar a una clase política, personifican la antítesis de las virtudes propias del liberalismo político.