A raíz de la difusión de los “Guacamaya Leaks”, aún continúa el debate sobre lo que son la “inteligencia” y el “espionaje”. En este espacio periodístico hemos esclarecido lo concerniente al espionaje, tan socorrido por la clase política mexicana desde tiempos inmemoriables. Hoy quiero referirme al concepto de inteligencia, la cual se fundamenta en información debidamente tratada para la toma de decisiones.
Es muy importante desligar tal concepto del término espionaje, que es utilizado por agentes del poder público para arremeter en contra de sus detractores o enemigos. Tocante al caso mexicano, los gobernantes han caído hasta en la tentación autoritaria de emplear los instrumentos de persecución de delitos y procuración de justicia, con fines personalistas y revanchistas.
Las guerras se fundamentan en el espionaje, aunque los ejércitos también lo hacen en la inteligencia. Esta última es empleada por los estados e instituciones, con el fin de obtener información, dar respuesta a problemas o como mecanismos defensivos u ofensivos; es decir, es aquel mecanismo a través del cual se produce un producto: el producto de Inteligencia.
De esta forma, la Inteligencia termina siendo una unidad imprescindible en todos los organigramas, sean instituciones públicas o privadas, ya que su producto reduce la incertidumbre, al tratarse de información cierta, verificada y trazable. Además, la Inteligencia, a través de generación de escenarios futuros de probabilidad, permite influir finalmente en la realidad. Por ello, se trata de una disciplina tan importante, puesto que al final, otorga la capacidad de poder ver proyectada en futuros escenarios posibles nuestra propia capacidad de influencia sobre los mismos.
Repito: la Inteligencia ha estado tradicionalmente relacionada con entornos de poder. De ahí que los servicios de Inteligencia hayan estado vinculados a grandes instituciones, esencialmente públicas, pero es importante destacar que en la actualidad también hay cada vez más entidades privadas que incorporan la Inteligencia en su organigrama.
Es cierto que todavía la mayoría de servicios de Inteligencia son públicos, ya que son los Estados las principales organizaciones formales de poder. Estos servicios de Inteligencia, por tanto, son organismos de carácter público que, por norma general, dependen orgánicamente del Gobierno o del Ministerio de Defensa, según el país, su tradición o la ideología imperante en cada momento.
Esos organismos, por su carácter confidencial y estratégico, son dependientes de la cúspide de Gobierno, ya que se puede decir que es el Ejecutivo el principal cliente o demandante del servicio de Inteligencia. En función del tipo de Inteligencia y de la finalidad de la misma, los clientes suelen ser decisores políticos, altos mandos militares o responsables policiales de alto nivel, entre otros.
Fruto de la digitalización masiva y la socialización de los medios de obtención y análisis de información, la Inteligencia cada vez es menos monopolio de los Estados, dado que progresivamente hay más empresas que disponen de acceso y medios para obtener toda la información que necesitan.
Las grandes corporaciones y las empresas se han dado cuenta de que el nuevo oro son los datos y la información útil, lo que ha provocado que contraten de forma regular a servicios de inteligencia privados o, incluso, quieran conformar unidades o departamentos de inteligencia dentro de su organigrama, algo imprescindible para adelantarse a los competidores.
En definitiva, la misión de un servicio de inteligencia yace en la obtención de datos e información para construir inteligencia y conocimiento. Todo ello se consigue mediante una amplia variedad de medios técnicos, recursos tecnológicos y, por supuesto, medios humanos altamente especializados.