El escritor Robert Balfour Stevenson, nacido el 3 de diciembre de 1850 en Edimburgo, Escocia, y muerto a los 44 años víctima de un derrame cerebral, quizás nunca imaginó que con su extraordinaria obra “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (traducida por primera vez al idioma inglés en 1886) estaría pronosticando la conducta de centenares de servidores públicos y políticos mexicanos, de cualquier filiación partidista. Desconozco si sucede lo mismo en otros países, pero hoy me ocuparé únicamente de la problemática nacional.
Dicha novela trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, quien investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y Edward Hyde, caracterizado por su misantropía (antipatía hacia el hombre como ser humano). El libro es conocido por ser una representación vívida de la psicopatología correspondiente al desdoblamiento de la personalidad.
Muchas veces me he referido al doble discurso utilizado por infinidad de políticos, pero creo que hay algo más, de peso específico, predominante entre quienes integran la élite gobernantes: la doble moral.
Pero, ¿qué es la doble moral? Una apretada definición indica que es un criterio aplicado con mayor rigor en un grupo (o individuo) que en otro. Empero, la doble moral es injusta porque viola el principio de justicia conocido como imparcialidad, la cual debería aplicarse a todas las personas, sin parcialidad, ni favoritismo.
Aunque la doble moral, por lo general, es una práctica que se condena, su empleo es común. Va ligada a la hipocresía y, tocante a la política, con la mentira. Desde luego que la vida pública dispone de honrosas excepciones, pero se cuentan con los dedos de la mano.
Hoy por hoy, las administraciones públicas, de cualquier ideología, están infiltradas por hampones institucionalizados que, en algún momento, generaron grandes expectativas de cambio; pero lo que realmente observó la sociedad fue la inexplicable transformación económica de los miembros de las élites gubernamentales. Con casi cinco décadas de ejercicio profesional, yo no observo una profunda diferencia en los funcionarios y políticos actuales con los de épocas anteriores. Lo peor es que muchísimos se han enriquecido al amparo de la Cuarta Transformación, a pesar de la “pobreza franciscana” tan cacareada por el presidente de la República.
Aquí es importante subrayar que los políticos de la actualidad son menos pendejos que los de tiempos diferentes. Son expertos en subestimar la realidad que proyectan ante los ojos de la ciudadanía. Los esfuerzos para defender una situación en la que se alegue la existencia de una doble moral terminan negando que esta se esté aplicando, o bien, se intenta acabar con la discusión dando una buena razón para el trato diferente. Sucede todos los días, por ejemplo, cuando se realizan pingües negocios al amparo de la clandestinidad que otorgan los intrincados vericuetos del poder.
Y viene el doble discurso, como cuando a los niños se les prohíbe realizar actos tales como ingerir bebidas embriagantes o fumar, mientras los adultos sí lo hacen. Nuestros políticos y funcionarios encumbrados presumen códigos de ética y honestidad, cuando simultáneamente violan esos principios doctrinarios y pasan por encima de la legislación vigente, sobre todo en cuanto al tráfico de influencias se refiere.
¿Estamos, amables lectores, frente a un escenario de lucha libre? El respetable público siempre se inclina a favor de los técnicos o los rudos (o buenos y malos). ¿El bien contra el mal, pero dentro de la política? Si así es, entonces yo podría concluir que el objetivo de la mayoría de aspirantes a cargos de elección popular, o de encumbramiento administrativo por quienes cada tres y seis años alcanzan el poder mediante el personalismo, el amiguismo y el compadrazgo, es disponer de los recursos públicos para consolidar una situación patrimonial, dejando el desarrollo social en un sitio secundario.
En la novela de Stevenson, el Dr. Jekyll hace una confesión hablándonos de su personal predisposición psicológica a la dualidad. Dotado de un ánimo jovial, su ambición social y profesional le “exige” comportarse en sentido contrario. Esta tensión entre jovialidad y seriedad crea en él una “profunda duplicidad de vida”, y lo lleva al descubrimiento de lo que considera una verdad general, que es la tesis de la dualidad de la naturaleza humana:
“Día tras día y desde las dos dimensiones de mi inteligencia, la moral y la intelectual, me fui acercando así cada vez más a esa verdad por cuyo parcial descubrimiento he sido condenado a tan horrible naufragio: que el hombre no es verdaderamente uno, sino verdaderamente dos”.
Trienios van y sexenios vienen, pero el problema que siempre tendremos los mexicanos será toparnos con funcionarios y políticos multifacéticos, a veces inmersos en “la representación vívida de la psicopatología correspondiente al desdoblamiento de la personalidad”. Son personajes de Stevenson, pues. Pululan por todas partes….