La frágil democracia mexicana padecerá a partir de hoy una nueva embestida, tras las elecciones gubernamentales en seis estados, efectuadas ayer domingo. Asimismo, se avecina una mayor polarización social, de por sí auspiciada y fomentada a diario desde Palacio Nacional en las conferencias presidenciales mañaneras. Llegado el caso, desde ese foro se buscará deslegitimar a las “oposiciones” (PRI-PAN-PRD), por haberse levantado con la victoria en dos entidades federativas. Morena, alrededor de las 18:00 horas, presumió su “triunfo” en al menos cinco de los estados, destacando “la joya de la corona”, es decir Aguascalientes, donde al parecer perdió. Igual actitud adoptaron los dirigentes nacionales de los demás partidos contendientes. Etcétera, etcétera.
Habremos de esperar los resultados definitivos por parte del Instituto Nacional Electoral (INE), más allá de los conteos rápidos que concedían rotundos avances de Morena y sus aliados en Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo, no así en Durango y Aguascalientes, donde iban adelante las “oposiciones”. Habremos de ver, además, si los respectivos procesos electorales llegan a los tribunales, lo cual ya es costumbre siempre que los hay.
Sea cual fuere el resultado electoral, la realidad es que los mexicanos continuaremos inmersos en un peligroso caldo de cultivo, cuyos principales ingredientes son la pobreza (“franciscana”, le llamará a partir de esta semana Andrés Manuel López Obrador) y el descontrol de la violencia. No se observa por ningún lado la construcción de un escenario de coexistencia pacífica, y mucho menos de reconciliación que, a Morena y al presidente, no les interesa. El próximo fin de semana, según anunció Mario Delgado Carrillo, dirigente nacional del Movimiento de Regeneración Nacional, su instituto político y todos los comités ejecutivos estatales comenzarán a cohesionarse rumbo a la elección presidencial de 2024. Para ello, el “banderazo de salida” se dará desde Toluca. Por lo pronto, Morena ya es gobierno en 18 estados (con aliados en algunos de ellos) y, según vemos, lo será en 22.
Frente a la nueva polarización social y política de México, he de recurrir a un marco teórico. Muchas veces me he referido al libro que, traducido del idioma inglés al español, se denomina “Las virtudes sociales y la creación de la prosperidad”, aunque las editoras en los países hispanoamericanos decidieron titularlo “Confianza” (Ediciones B, Barcelona, 1998). Me refiero a una excelente obra de Francis Fukuyama, científico social senior de la Rand Corporation y autor de otros textos cuya base es el concepto de la prosperidad teniendo como referente el capital financiero y el capital social. Fukuyama afirma que la única posibilidad de crear un nuevo ordenamiento económico, político y social se sustenta en la reconstrucción de ese valor -la confianza- entre todos los sectores de la comunidad.
Sin embargo, ni Morena, ni el presidente han considerado a los elementos de la confianza como razón de estado. Al contrario: por todos lados campean la incertidumbre, la incredulidad, la desconfianza, la desesperanza y el miedo. Y no se ve tampoco el liderazgo que debería estar a cargo del mandatario.
Me parece que sin distinción de ideologías, creencias religiosas e intereses personales todos los mexicanos estamos frente a la siguiente disyuntiva: hacer un alto en el camino para reflexionar sobre la necesidad de cohesionarnos hacia el desarrollo integral de la República, o mantener la división y el separatismo (sobre todo entre las fuerzas políticas), cuyos platos rotos los está pagando la ciudadanía, lacerada a diario por la crisis económica, la desesperanza, la inseguridad pública y el recurrente clima de violencia.
Con urgencia requerimos un nuevo liderazgo basado en principios, sin afanes personalistas ni protagónicos y anteponiendo los intereses de la comunidad a los propios. Ya basta de luchas fratricidas entre hermanos.
Necesitamos serenarnos. El proceso electoral de 2018, que cimbró las estructuras sociales de nuestro país, ya es historia. Sin embargo, en la arena política pululan quienes, obcecados, siguen en campaña sin entender que la reforma institucional del país no puede hacerse por mero voluntarismo político o cambios planificados, ni por decreto. Lo que está en juego son las reglas estructurales de la acción colectiva, nuevos modelos mentales, valores, actitudes, capacidades y equilibrios de poder. Hasta hoy, lejos de imperar una mejor convivencia democrática, se respiran por doquier aires revanchistas, por quienes ganaron y perdieron.
El sistema de relaciones políticas y sociales, en un proceso de cambio institucional, se encuentra estancado. A más de tres años de distancia los actores no comprenden que las sociedades más exitosas en términos de desarrollo consiguieron crear las condiciones del cambio institucional permanente a través de acuerdos y compromisos. Me parece que los actores políticos gubernamentales se niegan a reconocer lo anterior. No están dispuestos a ceder un ápice mediante la negociación y la inclusión.
Así las cosas, a partir de ayer enfrentaremos un proceso extraordinariamente difícil, que debería suponer cambios en los actores, en las relaciones de poder y en los modelos mentales; es decir, comienza un proceso social tensionado porque, aunque se tradujese en beneficios para la sociedad, estará lleno de incertidumbres y esfuerzos costosos para los ganadores y de sacrificios inevitables para los perdedores.
Desde siempre he puesto énfasis en la necesidad de que todos los actores políticos, sin excepción, hagamos un alto en el camino y busquemos la serenidad, tan indispensable para enfrentar los agravios sociales, entre los cuales destaca el implacable reacomodo del crimen organizado… tan socorrido por la actual administración.