El 27 de septiembre de 2020, en su gustada sección “Metáfora 21” que publica semanalmente “El Universal”, la escritora e investigadora de la UNAM, Sara Sefchovich, publicó un artículo que guardé porque algún día me serviría. Se tituló “Hablar demasiado” y tiene absoluta aplicación en tiempos recientes.
Ese entrego periodístico me apoyará hoy para entender todavía un poco más las mentiras y los montajes sobre los cuales se manejaron (y manejan) miembros del gabinete presidencial durante el pasado fin de semana para quebrantar las normas electorales y acudir a Aguascalientes a respaldar a la candidata gubernamental de Morena.
Todo lo que expresaron al momento de ser cuestionados se inserta en el “País de Mentiras”, descrito magistralmente por la propia Sara Sefchovich en su libro titulado así, de Editorial Océano Express 1998. Pero antes de ir a esa obra, retomemos parte de lo escrito por Sefchovich el 27 de septiembre de 2020.
“El problema está en que en el afán por soltar más y más palabras, nuestros poderosos terminan por enredarse, por no decir nada, aunque parezca que dicen mucho, por cambiar por completo lo que supuestamente quieren decir y lo peor, por decir lo que no deberían decir (…) A AMLO le gusta hablar. Lo ha hecho siempre. En 2006 esto les respondió a los reporteros que le reclamaban por qué dosificaba la información: ‘Espérense. En vez de decirles vamos a ver, ¿si?, y no soy categórico porque yo no tenía todos los elementos. Y les digo no. Y resulta que sí. Ahí, ayer, no, pues imagínense, no digo nada, ya, retiro lo dicho, imagínense, ¡Miren, dijo que no, y miren! Entonces, yo no tengo que actuar’”.
“Y lo sigue haciendo hoy en conferencias todos los días, algunas que duran más de dos horas, y en las cuales llega a decir cosas increíbles como que tenemos menos muertos que otros países y pide perdón por eso, o que en la cultura lo importante son las becas para jóvenes pobres y lo demás ‘es accesorio’, o diciéndole a los jueces de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que no se dejen intimidar y acepten la consulta sobre el juicio a expresidentes, siendo que el único que los puede intimidar es precisamente el gobierno, ese que antes, según sus propias palabras, los maiceaba”. Hasta aquí la referencia a “Metáfora 21 del 27 de septiembre de 2020.
Debo comentarles, gentiles lectores y amigos del auditorio, que los montajes y las mentiras no cesaron la semana pasada, ni tampoco este fin de semana. Al contrario: crecieron, inclusive conteniendo aberraciones como esa de eliminar el sobrenombre a zonas donde domina el Cártel de Sinaloa, para ponerle el nombre de “Triángulo de gente buena y trabajadora”. Ya imaginarán ustedes la reacción del respetable público e importantes comunicadores a través de las redes sociales y columnas de los principales diarios. Esa expresión presidencial es reiterar aquello de que “debemos cuidar a los integrantes de las bandas (criminales) porque también son seres humanos”.
En su libro titulado “País de Mentiras”, Sara Sefchovich escribió que “nunca deja de impresionar la facilidad con la que en la política mexicana se pasa de la retórica de la evasión al pastiche del simulacro o simplemente de la simulación. Como si para la sociedad política las palabras no tuvieran la menor relevancia, el menor peso; como si su significado perteneciera al grado cero del significante. Y su solitario cometido fuera no disipar la sospecha sobre lo que falta por decir, sino mantenerla latente, en pie. Por su parte, la población ha creado una cultura o una coraza de la resistencia. Si el secretario de Hacienda anuncia que el peso no se devaluará, al día siguiente las casas de cambio amanecen con largas filas ante sus ventanillas. Si la propaganda oficial insiste en que Pemex no se privatizará, la gente está convencida de que se está privatizando. Si se advierte que la leche, el gas y la electricidad no aumentarán de precio, ya se sabe aproximadamente lo que sucederá”.
Debo recordar que el libro fue publicado en 1998, pero está vigente al día de hoy. Cualquier coincidencia de lo ahí escrito por Sara Sefchovich con hechos actuales no es ninguna alusión personal, sino parte de la cotidianeidad de la sociedad nacional en su conjunto.
Durante varios años, tomando como base la mentira en el discurso político y aludiendo hechos coyunturales, he escrito sobre Hannah Arendt (1906-1975), filósofa de origen alemán, quien recordó ese “pequeño” defecto humano en su libro “Entre el pasado y el futuro”, capítulo “Verdad y política” (editorial Península, Barcelona, 1996).
Reflexiona así, resumiendo el problema:
“La reescritura de la historia y la fabricación de imágenes sobrecogedoras son lo propio de todos los gobiernos. Me refiero a los estragos de la manipulación de masas (…) Desde Aristóteles hasta Heidegger, san Agustín, Rousseau y Kant han pensado los recorridos de una concepción de la mentira, de la cual se infiere que la intención de mentir está en el origen de un engaño al otro o a uno mismo; que debe diferenciarse entre la mentira por error o de las incertidumbres más o menos deseadas que fecundan las ambigüedades del lenguaje. Kant rechaza el supuesto derecho de mentir ‘por humanidad’ en nombre de principios meta-jurídicos”.
La política nacional, inmersa como se dice en un periodo de transición hacia la democracia, sólo alcanza a conjugar un verbo. ¿Será transar, engañar, simular, falsificar, burlar o traicionar?