Propios y extraños hemos sido recientemente testigos de fuertes conflictos entre encumbrados políticos morelenses, de diferentes tendencias partidistas, cuyo objetivo es conseguir rentabilidad electoral y presencia mediática. Es más: me atrevo a asegurar que de lo mediático no pasarán los episodios, fundamentados en pura grilla, la cual he visto repetida durante casi cinco décadas de ejercicio periodístico.
Y la semana pasada concluyó con el pronunciamiento de varios actores, incluido un importante miembro de la Diócesis de Cuernavaca (bastante mentirosillo), promoviendo la unidad, la cual “es indispensable para la tranquilidad orgánica de Morelos y su desarrollo integral”. Etcétera, etcétera. Sin embargo, entre los comunicadores sociales están quienes ya no escuchamos tan fácilmente el canto de las sirenas, sobre todo si, para el caso de dichos pronunciamientos, su principal sello es la mentira. Es aquí donde quería llegar, pues sin mentira no hay debate, y sin debate no hay política.
En tal contexto he de referirme al magnífico libro titulado “País de Mentiras”, de Sara Sefchovich (socióloga de la UNAM y articulista de varios diarios capitalinos), mismo que puede ser utilizado como herramienta para analizar el discurso de funcionarios y otros actores que siempre utilizan la mentira, primero para persuadir al electorado antes de los comicios, y después para sostenerse en los cargos públicos sin cumplir sus promesas.
Expresa Sara Sefchovich:
“Lo que nunca deja de impresionar es la facilidad con la que en la política mexicana se pasa de la retórica de la evasión al pastiche del simulacro o simplemente de la simulación. Como si para la sociedad política las palabras no tuvieran la menor relevancia, el menor peso; como si su significado perteneciera al grado cero del significante. Y su solitario cometido fuera no disipar la sospecha sobre lo que falta por decir, sino mantenerla latente, en pie. Por su parte, la población ha creado una cultura o una coraza de la resistencia. Si el secretario de Hacienda anuncia que el peso no se devaluará, al día siguiente las casas de cambio amanecen con largas filas ante sus ventanillas. Si la propaganda oficial insiste en que Pemex no se privatizará, la gente está convencida de que se está privatizando. Si se advierte que la leche, el gas y la electricidad no aumentarán de precio, ya se sabe aproximadamente lo que sucederá”.
Cualquier coincidencia con hechos locales no es ninguna alusión personal, sino parte de la cotidianeidad de toda la sociedad morelense en su conjunto.
Durante varios años, tomando como base la mentira en el discurso político y aludiendo hechos coyunturales, he escrito sobre Hannah Arendt (1906-1975), filósofa de origen alemán, quien recordó ese “pequeño” defecto humano en su libro “Entre el pasado y el futuro”, capítulo “Verdad y política” (editorial Península, Barcelona, 1996).
Reflexiona así, resumiendo el problema:
“La reescritura de la historia y la fabricación de imágenes sobrecogedoras son lo propio de todos los gobiernos. Me refiero a los estragos de la manipulación de masas (…) Desde Aristóteles hasta Heidegger, san Agustín, Rousseau y Kant han pensado los recorridos de una concepción de la mentira, de la cual se infiere que la intención de mentir está en el origen de un engaño al otro o a uno mismo; que debe diferenciarse entre la mentira por error o de las incertidumbres más o menos deseadas que fecundan las ambigüedades del lenguaje. Kant rechaza el supuesto derecho de mentir ‘por humanidad’ en nombre de principios meta-jurídicos”.
La política nacional, al igual que la morelense, inmersa como se dice en un periodo de transición hacia la democracia, sólo alcanza a conjugar un verbo. ¿Será transar, engañar, simular, falsificar, burlar o traicionar?
Empero, sería innecesario e imprudente dramatizar en exceso, pues la política es así (recordemos a Hannah Arendt). “Es una actividad de humanos, no de ángeles”, decía don Lauro Ortega, gobernador morelense en el periodo 1982-1988. Cualquier reproche en términos de honor, respetabilidad y virtud tendría que ser tachado de ingenuidad y moralismo frente a una actividad, la política, donde escasean los escrúpulos.