Este martes la gente avecindada en Miacatlán y poblados aledaños vivieron momentos de terror durante un enfrentamiento entre miembros del crimen organizado y agentes de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la Fiscalía General de Morelos, cuyo saldo, hasta la tarde de ayer, era de un criminal abatido y tres miembros de la misma banda lesionados (había una mujer, cuyas heridas fueron reportadas como graves). Ninguno de los servidores públicos resultó herido y, según trascendió, el grupo armado estaba al servicio de Francisco Javier Rodríguez Hernández, alias “El XL” o “El Señorón”, por quien las autoridades morelenses ofrecen una recompensa de medio millón de pesos.
Definitivamente se trata de un golpe al crimen organizado que opera en la zona poniente de Morelos, donde otrora dominaba Santiago Mazari Hernández, alias “El Carrete”, detenido en agosto de 2019, aunque su radio de acción también abarcaba municipios de la zona sur poniente y ciertos puntos de Jojutla, Puente de Ixtla y Zacatepec. Mazari lideraba el grupo criminal conocido como “Los Rojos”, cuyo centro de operaciones fueron Amacuzac, así como varias localidades de la zona norte de Guerrero. Tal como ocurre con células al servicio de “El XL” o “El Señorón”, Mazari y su banda se dedicaban al secuestro, el asalto a mano armada, al robo de vehículos y la extorsión.
Lo ocurrido la víspera en Miacatlán, sin embargo, se inserta en el contexto de muchos otros enfrentamientos y detenciones que hemos visto los mexicanos, sin la eliminación de la violencia, sobre todo en determinadas regiones hoy por hoy convertidas en mercados para actividades del crimen organizado, cuya base sigue siendo el narcotráfico.
Para entender un poco más el reacomodo del crimen organizado, es importante recordar que un delincuente potencial viola la ley cuando el beneficio del acto es superior al castigo esperado, mismo que se obtiene multiplicando la severidad del castigo por la probabilidad del mismo.
Así, si la pena por cometer un homicidio es 40 años de prisión y la probabilidad de recibirla es de 20 por ciento, el castigo esperado sería de ocho años, multiplicado por el costo de oportunidad del delincuente. Si el beneficio para un delincuente de matar a una persona es igual o inferior a esa cifra, probablemente no lo cometa.
Pero, ¿qué pasa si, por razones exógenas, el beneficio traspasa ese umbral? Asumiendo como constante la capacidad de castigo en el corto plazo, el delincuente tenderá a cometer el homicidio y otros delincuentes harán lo mismo. Mientras más homicidios ocurran, menor será la probabilidad de que cualquier acto en lo individual sea castigado y, por tanto, el castigo esperado tenderá a disminuir, generando con ello un incremento adicional en el número de homicidios. Retroalimentación pura.
Mucho se presume la disminución en la incidencia de algunos delitos. Pudiera ser cierto, pero lo que la sociedad sigue percibiendo es un clima de vaivenes en cuanto a la seguridad pública que, desde mi personal punto de vista, se deben al reacomodo de células delincuenciales, tanto del crimen organizado, como de bandas dedicadas a la comisión de delitos del fuero común.
¿Cuándo se resolverá esta situación? Nadie puede responder esa pregunta.
La desarticulación de cárteles (tal como lo concibe y ejecuta el estado mexicano) ha tenido tres efectos indeseados: generó o exacerbó los ciclos de violencia, multiplicó el número de organizaciones criminales y extendió la presencia de éstas sobre nuevas zonas del país.
La desarticulación basada en el descabezamiento de liderazgos no sólo impide la recuperación de espacios públicos buscada, sino que propicia la invasión de nuevos espacios por las organizaciones criminales.
Ni duda cabe: se cumple el vaticinio externado por Ismael “El Mayo” Zambada durante una entrevista que el capo concedió al extinto periodista Julio Sherer García, publicada el 4 de abril de 2010 en el semanario Proceso. Dijo Zambada:
“El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción. Los soldados rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror (…) pero siempre llegan los remplazos”.