Cuando se analiza a los sistemas políticos latinoamericanos hace falta más que dicotomías sobre si cuentan o no con las características para ser considerados como países democráticos. Antes, he comentado que no son temas de blanco o negro, sino de diferentes tonos de gris. No basta con decir sí hay o no hay elecciones populares, sí hay o no hay división de poderes, sí hay o no hay competencia entre partidos políticos. Para tener una mejor comprensión de cómo son y lo que representan en la realidad, debemos analizar cómo funcionan.
Una propuesta teórica para facilitar este análisis fue expuesta en los primeros años de este siglo por Steven Levitsky y Lucan A. Way, politólogos formados en Stanford, Berkley, Toronto y Harvard. Por su parte, Levistky se especializó en el estudio de los países latinoamericanos, mientras Way lo hizo en los regímenes autoritarios y dictatoriales. Ellos abordaron el surgimiento de sistemas políticos que no necesariamente podrían ser considerados como democracias, sino a los que más bien habría que definirlos como autoritarismos competitivos.
Siguiendo a estos autores, los autoritarismos competitivos serían aquellos países en los que formalmente se cumplen con los requisitos para que un Estado pueda ser considerado como democrático. Cuentan con división de poderes, un sistema electoral que permite el sufragio universal, hay libertad de asociación y un sistema de partidos políticos que pueden competir en las contiendas electorales.
Sin embargo, la forma en la que proceden los gobernantes hacia la oposición a sus gobiernos es de corte autoritario, la división de poderes es vulnerada o manipulada desde poder presidencial, las libertades de asociación y participación política son permitidas pero restringidas, o bien reprimidas, en diversas formas, cuando se convierten en un riesgo para el régimen y los partidos de oposición solamente cuentan con oportunidades de triunfo mediante amplias coaliciones, apoyadas por movimientos sociales. En suma, el autoritarismo competitivo hace que se aparente una democracia, a la vez que se controla y se conserva el poder. Los casos que en ese entonces estudiaron fueron los de Perú, Argentina y Venezuela.
Son una suerte de regímenes ambiguos, en los que las teorías, clásica y moderna, sobre la democracia de Robert Dahl o la minimalista de Schumpeter resultan insuficientes para analizarlos. Es muy probable que el régimen llamado hegemónico que encabezó el PRI durante siete décadas quedara muy bien enmarcado en esta categoría de autoritarismos competitivos, e incluso que pudiera considerarse al PRI y a sus gobiernos como pioneros. Con el tiempo y el avance de los gobiernos llamados progresistas de izquierda en Latinoamérica, la cantidad de estos regímenes se ha incrementado y sus peculiaridades autoritarias han quedado aun más a la vista.
Ante la manera de proceder del autodenominado gobierno progresista de la cuarta transformación, habría que preguntarse si México se está encaminando al autoritarismo competitivo o de plano nunca ha dejado de serlo, nada más que ahora explícitamente hacia la izquierda.
Y para iniciados
Dos derrotas legales consecutivas en la persecución del régimen contra los científicos para quienes el Fiscal, Gertz Manero, ha solicitado orden de aprehensión. Lo intentará una tercera vez. AMLO dice que el que nada debe nada teme, pero en un régimen donde se persigue con esa insistencia a los científicos, por el sólo hecho de haber formado parte de grupos de trabajo académico que colaboraron con los anteriores gobiernos o de no estar de acuerdo con la ideología del régimen actual, sí que es de temer y de preocuparse. Si ya en dos momentos no encontraron nada en contra de los científicos, ¿por qué insistir? ¿De quién es la necedad, del fiscal o del presidente?
¡Que tenga un excelente día!
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