«La fosa de agua» es un libro en el que se documenta las desapariciones de al menos diez adolescentes – todas estudiantes, con el futuro por delante – en la zona de Ecatepec y Los Reyes Tecámac, en el Estado de México.
La investigación de Lydiette Carrión pone rostro a desapariciones en el Estado de México, entre los años 2011 y 2013, con la historia de diez adolescentes que exhiben la falta de resultados y las irregularidades de los procesos judiciales.
Lydiette Carrión narra con vértigo la odisea de los padres para encontrar a sus hijas; la precariedad de las investigaciones, realizadas por un sistema policiaco laberíntico, corrupto, criminal y altamente ineficaz, y la estigmatización que sufren las víctimas aún en la muerte. Al final, las autoridades vincularon varias de las desapariciones a Erick Sanjuán Palafox, alias el Mili, y sus cómplices, capturados en 2014 y acusados de feminicidio y narcomenudeo tras un proceso lleno de irregularidades.
En las páginas de «La fosa de agua» se plasman muchas dudas aún prevalecen: ¿cuántas de las desapariciones, de los feminicidios, pueden atribuirse a la banda del Mili? ¿Será que este caso sacó a la luz la evidencia de un tipo de crimen organizado más sádico y voraz? ¿Quién está detrás de las desapariciones que todavía ocurren en la zona?
Esta narrativa describe lo limitado de las instancias pertinentes, en la investigación, persecución y sanción de los feminicidios (involucrada la complicidad, corrupción, negligencia y falta de profesionalismo entre otros). Asimismo, por parte de las autoridades la revictimización que hace al no querer llevar a cabo la investigación y como justificación calificar a la víctima como: “se fue con el novio”, “era drogadicta”, “se lo buscó”, “ya volverá”, entre otras.
Otro elemento que resalta de la lectura de “La fosa de agua” es la normalización de la violencia en todos los sentidos y para todas las personas, pero sin duda, y en especial contra las mujeres. En el texto, Carrión nos cuenta que Tilemy Santiago, criminólogo y antropólogo, especialista en los patrones de aprendizaje de los secuestradores opina que “las bandas criminales pueden ir aprendiendo a retener, a descuartizar… lo único que se requiere es una sociedad, una cultura, un sistema que lo permita y lo aliente. Una cultura misógina, un continuum de violencia machista que va del acoso callejero, el embarazo adolescente, la violencia doméstica, y termina con bandas que se dedican a levantar adolescentes, torturarlas sexualmente y matarlas”.