Dice Amnistía Internacional que “no eres libre cuando no puedes tomar decisiones sobre lo que haces con tu propio cuerpo. No eres libre cuando no puedes tomar decisiones sobre lo que haces con tu futuro”. Y tienen razón.
Las mujeres somos juzgadas constantemente. Todas nuestras decisiones pasan por un filtro social: qué carrera elegimos, con quién nos casamos —si lo hacemos—, si no nos casamos, cuántos hij@s tenemos, si es que tenemos, cómo comemos, cómo envejecemos.
Y, claro, sobre nuestros cuerpos también se opina. Nuestra vida sexual y reproductiva no es privada, es tema de debate, de control, de vergüenza.
Si ya decidir no tener hij@s causa incomodidad en la sociedad, imagínense lo que sucede cuando una mujer dice, abiertamente, que ha decidido abortar. Es como si se abriera la caja de Pandora.
Desde el feminismo se habla claro: el aborto debe ser legal, seguro y gratuito.
Legal, porque el Estado debe respetar nuestra autonomía.
Seguro, porque ninguna mujer debe morir por un aborto clandestino.
Gratuito, porque todas, sin importar nuestra clase social, tenemos derecho a atención médica digna.
Pero no todas las mujeres viven esa decisión igual. El contexto social importa: si se tiene información, apoyo, recursos, o simplemente si se vive en un lugar donde el aborto es legal. No es lo mismo abortar en la Ciudad de México que en Guanajuato. Los contextos sociales siguen siendo un factor influyente en las decisiones personales y privadas.
Y no, abortar no es una decisión fácil. Nadie se embaraza para abortar. Cada historia tiene sus propias razones, sus propios silencios. Y ninguna mujer merece ser juzgada por eso.
Las mujeres que abortan lo hacen desde el último peldaño de una escalera llena de obstáculos. Lo hacen sabiendo que después ya nada será igual. Lo hacen en soledad muchas veces, porque a diferencia de un aborto espontáneo, el aborto voluntario sigue siendo un tabú.
El aborto, como la maternidad, debe ser voluntario. Y debe ser acompañado. Nadie debería vivirlo sola. Y nadie debería cargar con culpa por una decisión que, en el fondo, es un acto profundo de responsabilidad.
Así, podemos arribar a 2 importantes conclusiones.
Primera conclusión: Defender el derecho al aborto no es promoverlo, es reconocer que las mujeres merecen decidir sobre su cuerpo y su vida, sin miedo ni castigo. Como un derecho a la libre determinación de la personalidad a la cual todas las personas en este país debemos y tenemos derecho a acceder por estar reconocido en la Constitución General de nuestro país.
Segunda conclusión: Una sociedad verdaderamente libre no es la que obliga a ser madre, sino la que respeta todas las decisiones, incluso las más difíciles.
Y finalmente, la ética y la moralidad salen del contexto de la Constitucionalidad y los Derechos Humanos.
Este es un tema que sigue pendiente en el Congreso estatal.