México enfrenta el momento más complicado en sus relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. El ánimo expansionista y controlador, propio del histórico imperialismo norteamericano, personificado hoy en Donald Trump, va dirigido hacia buena parte del mundo en diferentes sentidos, pero pasa por someter a México, aunque no sea su principal preocupación.
El estudio y la comprensión de los conflictos, a través de las negociaciones internacionales, no es posible sin dilucidar el fondo, los objetivos de cada una de las partes involucradas, para poder encontrar soluciones óptimas o, al menos, aceptables.
No voy a abundar en la Teoría de Juegos, de John Von Neuman, salvo para resaltar la necesidad de su estudio y aplicación, tanto en este como en los demás casos en los que las partes en conflicto deben optar entre decisiones, según obtengan, ya sea, los mayores beneficios o los menores perjuicios.
Así es. Incluso, debería usarse la teoría para elaborar un modelo matemático, antes de tomar las decisiones, porque, mientras los responsables de la política exterior mexicana, comenzando por la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, su canciller, Juan Ramón de la Fuente, y su titular de Economía, Marcelo Ebrard Casaubón, no tengan claro cuáles son los objetivos de fondo que persigue Donald Trump, ni las medidas que para ello ha y seguirá implementando, tampoco podrán asumir las realidades a las que se están enfrentando.
Los casos de la imposición de aranceles, en lo general, son muy útiles para ejemplificarlo.Y mucho más en lo particular, cuando tratamos específicamente el de autopartes y la fabricación de automóviles. Trump no tiene y nunca ha tenido la intención de equilibrar los mercados, ni de subsanar lo que considera déficits o hasta robos, por parte de sus socios comerciales. No. Su intención es obligar el retorno a tierras estadounidenses de las múltiples empresas productoras del sector automotriz. Junto con ellas, los más de 120 mil empleos que dice se han perdido en los últimos años. Los aranceles serán insosteniblespara la industria automotriz, así que tendrán que decidir entre trasladar sus inversiones a suelo estadounidense o cerrar. Aplicando la Teoría de Juegos, nos queda clara la opción más lógica: regresarán a Estados Unidos.
Por supuesto que eso tendrá un costo, muy elevado, puede ser, pero al final recuperable en el largo plazo, porque se trata de reconfigurar la totalidad de la planta productiva y sus relaciones comerciales asociadas. Trump está dispuesto a enfrentar y sortear, con todos sus costos agregados, hasta los políticos, para alcanzar su objetivo final. No importa si en el camino sus socios comerciales se ven afectados ni en qué magnitud.
Hasta donde nos han dejado ver los funcionarios mexicanos, su estrategia se basa en tratar de hacer entrar en razón a Trump de que lo que está haciendo no le conviene a Estados Unidos. Están equivocados. Trump sabe muy bien qué y cómo lo quiere. Desconozco si en lo privado, bajo la secrecía de las reuniones de Estado, estos funcionarios lo hayan tenido en cuenta, pero en lo público no han reconocido que, al final, las negociaciones deberán partir de la resignación a optar, ya no por lo que más beneficie a México, sino por lo que menos lo perjudique.
Para mayor claridad, revise usted “El dilema del prisionero”. Por ahí así, es como está Sheinbaum.
Y para iniciados:
Movilidad y Transporte, como Coordinación o Secretaría, ha sido, históricamente, todo un cochinero, caja chica, botín y demás. La administración saliente dejó al área sumida quizá en su peor crisis. Sacarla adelante tocará muchos intereses creados a lo largo de los años. Una sacudida no es suficiente, tendría que reconstruirse por completo. De todo ello hay responsables, claro. Pero ¿quedarán las cosas en el clásico borrón y cuenta nueva, dela plena impunidad?
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