En el proceso para elegir al próximo presidente norteamericano, ocurrió lo impensable.
Si bien el desastroso desempeño del Presidente Joe Biden en su primer y único debate con su oponente republicano, Donald Trump, encendió la alarma en los líderes del Partido Demócrata, y de inmediato se escucharon voces que en diversos tonos plantearon la necesidad, la urgencia de cambiar la candidatura, no era tan sencillo que esto ocurriera.
Por ello, a pesar de responder a un clamor cada vez más fuerte, la decisión de Biden de renunciar a su candidatura conmocionó este domingo a los Estados Unidos y al mundo entero.
Se trata de algo inédito en la historia del país vecino. Nunca un presidente en funciones con la candidatura para su reelección en la bolsa, había optado por declinar.
Esta vez, los astros conspiraron para que ocurriera así.
Luego del debate presidencial transcurrieron tres tensas semanas sin que el inquilino actual de la Casa Blanca diera visos de abandonar la contienda.
Entonces tuvo lugar el atentado en Pensilvania contra Trump, y la historia dio un vuelco para todos.
La bala que no mató al expresidente lo fortaleció, le construyó un aura y una plataforma para asumir triunfalmente la candidatura formal en la convención de su partido hace unos días.
Y en un sentido metafórico pero muy real, el mismo disparo acabó con la vida política de Biden.
Hoy, una vez percibido el olor a sangre, y no me refiero a la que brotó de la oreja lastimada de Trump, sino a la proveniente simbólicamente de un presidente de antemano derrotado, los republicanos quieren darle la estocada final, y se atreven incluso a exigir que dimita de la Presidencia a la que le queda un semestre escaso de vida.
Se nota que la retirada de Biden fue largamente planeada con los líderes de su partido, pues rápidamente ha habido una respuesta concertada para apoyar a la vicepresidenta Kamala Harris como su abanderada emergente.
Si la declinación de Biden es en si misma un desastre, peor sería que a estas alturas los demócratas se dividieran a la hora de nominar una nueva figura que los abandere.
Y aunque nadie duda de la estatura política de la señora Harris, de su trayectoria en diversos puestos de gobierno o de sus cualidades personales, lo cierto es que todo ello no le fue suficiente en los años pasados para convertirse en una opción que atrajera las preferencias de los demócratas y/o de una mayoría del electorado estadounidense.
Hoy, como relevo anunciado en la debacle, la actual vicepresidenta muy difícilmente podrá construir lo que no se le dio en su momento; menos aún frente a un Trump encarrerado y ensoberbecido, cuya intención de voto ha empezado a despegarse de su oponente demócrata, quien quiera que sea.
El descarte de Biden y la asunción de una candidatura emergente ha ocurrido a todas luces demasiado tarde.
Lo sabremos con toda claridad en breve.