Causa una inmensa impotencia mirar el desamparo y la explotación laboral en el que se encuentran las y los niños en los cruceros de las avenidas más transitadas, porque en verdad, la gran mayoría son menores de edad.
A su lado hay personas adultas -es imposible saber si son sus familiares, que eso sería lo más grave- y los utilizan para trabajos de alto riesgo, los obligan e instruyen para pedir dinero entre los autos, apenas y alcanzan las ventanas de los carros particulares, prácticamente los entrenan para hacer malabares mientras los semáforos están en rojo, los ponen en riesgo al subirse en los hombros de alguien mayor, hacer actos de equilibrio sin ninguna protección, algunos pequeños incluso ya arrojan fuego por la boca, los ridiculizan poniéndoles globos inflados en el trasero, pelucas, les pintan el rostro y los visten de payasos.
Para un niño menor de edad, en su inocencia e inmadurez todo es un juego, pero para el adulto, significa obtener ingresos a través de esta modalidad semejante a la esclavitud.
Y de esos infantes, ¿quién se acuerda?
En los cruceros se ha vuelto normal el mirar a mujeres cargando bebés en pleno rayo del Sol y las criaturas aparentemente están dormidas y lo pueden estar por horas. Puede uno transitar de ida sobre una avenida y al par de horas regresar por el lado contrario a la circulación y mirar la misma escena. Las personas adultas que cargan al menor siguen pidiendo dinero a los conductores, llega el color verde del semáforo y se retiran a una esquina, esperan el color rojo y repiten de manera interminable el numerito con el mismo estribillo: “¡…una ayudita, por el amor de Dios…!” y mientras, esos infantes siguen inmóviles y en estado catatónico. En esas condiciones extremas, cualquier menor estaría desesperado y llorando. ¿Quién puede ser tan cruel con esos inocentes y con qué sustancia los mantienen inconscientes tanto tiempo?
Los menores que ya no son de brazos y caminan, salta a la vista que están evidentemente desnutridos, no coordinan bien sus palabras y movimientos, se ven agotados por el esfuerzo de sus rutinas, sucios por el permanente contacto con la tierra, el polvo y la basura de los cruceros. No todos traen zapatos, algunos calzan algo usado que no es de su número y están muy deteriorados.
Esos menores no solo están siendo explotados laboralmente, sino tratados de manera inhumana incapaces de defenderse. Se encuentran desprotegidos, padecen la indiferencia de las autoridades y los miembros de la sociedad, encontrarlos en los cruceros es mirar un tremendo drama que supera a las exitosas series de televisión y los reality shows; esa situación conmueve, pero poco o nada se hace activamente por ellos.
Y de esos infantes, ¿quién se acuerda? ¿Quizá se les da carpetazo, porque no dejan votos, quizá porque la verdad es tan dolorosa y patéticamente desatendida que, es mejor no saber de ella, ignorarla, omitirla, desviar la vista para responder un urgente e importante mensaje de WhatsApp, o esconderla debajo de una alfombra?
Esos niños en los cruceros están expuestos a las inclemencias del tiempo. Están haciendo actividades que no son propias de su edad, sin descanso y sin protección, nadie se acuerda de hacer valer sus derechos y en estas últimas fechas, se les mira bajo los insoportables 40 grados celsius al aire libre debido al cambio climático.
De esos y otros infantes, ¿quién se acuerda?
El pasado 5 de octubre, el INEGI publicó la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil ENTI 2022 y afirmaba que 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años realizaban trabajo infantil. Agregaba que 2.1 millones (7.5 %) de niñas, niños y adolescentes habían laborado en actividades económicas no permitidas, cifra similar a 2019 y que eso incluía a quienes no cuentan con la edad mínima legal para trabajar (15 años) o quienes realizan ocupaciones peligrosas (hasta 17 años). Entre sus resultados, INEGI destacaba que 1.9 millones (6.7 %) de la población entre 5 a 17 años realizaron quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas; es decir, durante horarios prolongados y/o expuestos a riesgos y ello significaba, 409 mil niñas, niños y adolescentes mexicanos más, en esas condiciones en el año 2022, si se comparaba con 2019.
Las estadísticas son una herramienta de referencia muy útil, pero desde luego, no promueven la indiferencia y la insensibilidad que ahora es más notoria porque hemos normalizado las tragedias, la deforestación, los crímenes violentos, la extinción de las especies, las guerras, las mentiras, las calumnias, el consumo de drogas, las promesas incumplidas, la manipulación, los robos, el secuestro, la trata de personas, el síndrome de Estocolmo, las extorsiones, el masoquismo y, en este caso del que hablamos, la crueldad y la explotación hacia los más vulnerables e inocentes que son los infantes.
Que quede claro que no estoy describiendo una película surrealista del estilo Luis Buñuel en los años 50´s, por ejemplo, “Los Olvidados”, ni recuerdo lo que escribió en 1964 el antropólogo, Oscar Lewis, en su libro: “Los Hijos de Sánchez”. Estamos en 2024, a más o casi 60 años de ambas obras, en un tiempo y espacio por igual específico, en un aquí y un ahora donde ocurrirán las elecciones más grandes en la historia de este país y, haciendo una comparación con aquellas realidades añejas, son escasos los cambios para miles de niños y niñas, para ellos es un reciclado de la misma película y el mismo libro que dilucidaron en aquel entonces las consecuencias y secuelas de la pobreza extrema en el mismo país que es México -claro, sin negar los evidentes avances en otro tipo de situaciones a lo largo de varios lustros y, que ahora, pueden estar en riesgo de perderse-.
Entonces, hoy, ahora, frente a este innegable y doloroso contexto de los menores explotados en los cruceros, nuevamente hay que hacer la misma pregunta: Y de esos infantes, ¿quién se acuerda?