En los últimos diez días, parte del discurso de la candidata de la coalición oficialista, Claudia Sheinbaum Pardo, se ha enfocado a revelar señales sobre un presunto fraude que estaría orquestando la oposición para ganar las elecciones del dos de junio.
En un tono, a la vez, de advertencia y llamado a la defensa del voto para la continuidad de la 4T, ha hablado de compra de voto por parte de sus adversarios, intervención de los personeros de las instituciones en contra de su campaña, compra de credenciales de elector y todo cuanto se pueda hacer para inhibir el voto a favor de las candidaturas guindas.
En resumen, fiel a la estrategia de polarización que funcionó a Andrés Manuel López Obrador a lo largo de estos años, plantea la existencia de ellos como los buenos y todos los demás como los malos. Ellos son democracia y los del frente oligarquía, su candidatura va por la defensa de los pobres y los opositores por el regreso de los privilegios y, en fin, sus arengas convocan a las huestes morenistas a no permitir que la voluntad del pueblo sea atropellada el día de la jornada electoral.
Hay quienes acusan incongruencia en los discursos de la candidata presidencial, puesto que las instituciones electorales y las leyes que las rigen son las mismas con las que el actual presidente ganó las elecciones del 2018 y que, habiéndose respetado los resultados en las urnas, llevaron a su partido, junto con sus aliados, a contar con mayoría calificada en el Congreso de la Unión, durante los primeros tres años de gobierno. Mayoría que, en las elecciones intermedias del 2021, también con las mismas reglas e instituciones, ya no refrendaron, igualmente porque el voto popular así lo decidió.
Pero, no es cierto que Sheinbaum sea incongruente. Todo lo contrario. Sigue a pie y juntillas la estrategia discursiva de López Obrador, victimizando mediáticamente a su candidatura, su partido y su política de construir el segundo piso de su transformación. La palabra clave, retomada de Andrés Manuel, que ha usado desde el 2006, año en el que sufrió su primera gran derrota electoral, es la “defensa”. La lógica que siguen es muy simple: solamente se defiende quien está siendo atacado. Si no existe el ataque no hay necesidad de ninguna defensa. Y quien es atacado adquiere la condición de víctima y el que lo ataca de victimario, es decir, uno se vuelve el bueno y el otro el malo.
Defensa del voto, comités para la defensa de la transformación, defensa de los programas sociales: defensa, defensa y defensa, a fin de tener lista a su clientela electoral para salir, ¿a qué?, pues a defender en las calles lo que atribuyan fue robado en las urnas, si el conteo de los votos no los favorece. Ese discurso queda bien para los opositores, es funcional y atractivo para quienes se proponen destronar a un determinado régimen, que basa su permanencia en el poder en la operación de fraudes electorales, como lo hizo el PRI durante varios sexenios.
Sin embargo, por un lado, ya no son oposición. Son gobierno. Precisamente, quienes tendrían la posibilidad de llevar adelante una elección de Estado, porque los fraudes los llevan a cabo los gobiernos, no las oposiciones. Y, por otro lado, aun concediendo el absurdo de que la oposición maquinara un fraude, si de verdad tienen la ventaja de 25 puntos por encima de Xóchitl Gálvez, se antoja improbable que los opositores tuvieran la capacidad de manipular alrededor de 20 millones de votos para dar la vuelta a la elección. Eso sólo lo podría hacer un gobierno que ponga a disposición del partido todo el aparato institucional. La oposición no cuenta con ello.
Así, surge la duda de qué tan preocupados están porque, en el fondo y en el interior, sepan que la elección puede no salir como la esperan y el tres de junio sean convocados a salir a las calles bajo el grito de: morenistas al grito de fraude.
Y para iniciados:
Lamentablemente, en México todas las elecciones van acompañadas de tragedias. De mayor o menor envergadura, pero siempre las hay. Los asesinatos de los colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas en el ochenta y ocho, los de Colosio y Ruiz Massieu en el noventa y cuatro, los de activistas y candidatos, hoy a la orden del día, por ser los comicios más violentos en la historia mexicana, como nunca, y un sinnúmero de accidentes. El de ayer, en San Pedro, Monterrey, con saldo trágico, aunque no se pueda responsabilizar directamente a Jorge Álvarez Máynez, recrudecerá su irrefrenable camino hacia la derrota electoral.
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