A Norberto Bobbio, imprescindible filósofo político del siglo XX, se debe indiscutiblemente buena parte del entendimiento de la política, de la ciencia política contemporánea; y dentro de su vasta obra, destaca precisamente como herramienta para la comprensión de la materia, el “Diccionario de Política”, excepcional trabajo compilado por Bobbio, Nicola Matteucci, Gianfranco Pasquino y otros 133 autores, que concentra enciclopédicamente conceptos y definiciones propios del lenguaje político, dispuestos a facilitar la comprensión de términos como Democracia, Estado, Justicia, Igualdad, Derecho, Libertad, Poder, etc., lo que le constituye un legado intelectual que fortalece el marco teórico esencial del estudio y práctica de la política.
Para quienes se interesan en la política, siempre será prudente darse el espacio, hacer una pausa para revisar la capacidad de imponer conceptos sobre adjetivos, en contrapeso a la tendencia que prevalece en la clase política de calificar y descalificar a la ligera, sobre todo en la que surge de la pragmática lucha por cargos y no por causas. El contexto preelectoral de México, con sus particularidades y desafíos, requiere que sus políticos entiendan y se comprometan justamente con dichas causas, que en su conjunto hagan realidad la construcción de una sociedad más justa y equitativa, de verdaderamente transformar positivamente la realidad del país; para lograrlo, es precisamente que el soporte intelectual de textos como el Diccionario de Política, se torna en brújula indispensable para procurar la navegación próspera en la ruta de la política. Ante un escenario marcado por la retórica y el conflicto, la claridad conceptual se vuelve un activo invaluable para elevar el nivel del debate público, fortalecer la participación ciudadana e impulsar el desarrollo democrático.
La insistencia con la profesionalización en la política radica en la preocupación de que como país, estemos preparados para afrontar las complejidades crecientes no solo del ejercicio de gobierno y representación popular, sino a la altura de los enormes retos que como nación debemos sortear, ya sea en materia económica donde la solución no se limita a la “estrategia” de generar más empleo, dado que las circunstancias requieren un razonamiento mayor para potenciar la disponibilidad y acceso de bienes de consumo a bajo costo; o bien, la amenaza a la seguridad y estabilidad nacional que ya representa el fenómeno migratorio; ello, por citar tan solo un par de ejemplos.
Por supuesto que un elevado nivel de participación e involucramiento en la política es favorable socialmente y debiera ser un indicador positivo del fortalecimiento del desarrollo democrático nacional, pero se requiere seriedad, porque es totalmente absurdo que ante la convocatoria del partido político preponderante, en este momento, resulte que, para 8 gubernaturas y una jefatura de gobierno, surjan 285 aspirantes; si de verdad existieran en promedio cerca de treinta perfiles en cada entidad con capacidades reales para gobernarles, sin duda seríamos potencia mundial. En términos muy coloquiales: no se ha entendido que “no son enchiladas”, no se trata de una feria del empleo, lo que está en juego es el destino y bienestar colectivo, de ahí la importancia y el tamaño del desafío de la participación y ejercicio de la política como epicentro de decisiones que afectan a millones de personas.
Ser designado para un cargo, no convierte en político profesional ni el manejar recursos públicos es sinónimo de liderazgo. La oportunidad del servicio público representa precisamente eso, la noble oportunidad de servir. Claro que es legítimo aspirar, pero entendiendo que de nada le sirven al país representantes con una ignorancia supina de la labor legislativa ni políticos o gobernantes de ocasión. En dichos casos, mucho ayudaría el recurrir a la brújula del conocimiento o parafraseando a mi paisano, el periodista Luis Ramírez Baqueiro, un “Astrolabio Político”, para navegar los mares turbulentos del poder.